martes, 31 de marzo de 2015

Recital poético en el "Hogar Extremeño" de Móstoles

Madrid, 29-III-2015 – Domingo de Ramos – Ayer sábado, 28-III-2015, en Móstoles, asistí acompañada por mi marido a un nuevo recital poético dado en esta localidad por el “Grupo Jara”. Dicha agrupación, compuesta por ocho recitadoras, algunas de ellas de origen extremeño pero afincadas en este municipio situado al suroeste de Madrid, dedican su tiempo y su esfuerzo a compartir poemas, a recitarlos de memoria, o leerlos ante un público, debo manifestarlo bien alto, rendido a su buen hacer.

Una vez más fuimos invitados por Vanesa Fraile, componente de este grupo de rapsodas que, dicen tan bien el verso, que con su sola voz son capaces de transportarte, en esta ocasión, a la Judea del siglo I. Y, Vanesa, créanme, sabe decir el verso: pone el alma en ello.

Ayer sábado, como preludio a la Semana Santa, los poemas que se leyeron estaban inspirados, gran parte de ellos, en el prendimiento de Jesús. Poemas dedicados al Jueves Santo sobre todo, a versar la figura del Redentor caminando por las calles y los pueblos de nuestra geografía, de un caminar en procesión, llevado en andas, sobre los hombros de esforzados costaleros que lo cargan con orgullo. A pesar del dolor que les produce la imagen y las andas son conscientes del hecho que, al Ser que cargan con tanto orgullo, sufrió un dolor aún mayor, un dolor que acabó en muerte: eso es lo que nos contaron los poemas elegidos...

Antonio canta una saeta
Y, entre poema y poema, Antonio, vecino de Móstoles, pero de origen andaluz, donde regresa –tal y como nos contó desde el escenario- cada primavera “para cantarle a ese Jesús clavado en la cruz”, tuvo el detalle de posponer su viaje a la tierra que lo vio nacer para dar mayor importancia… No, importancia no, sino para que el público que abarrotábamos la sala pudiéramos vibrar y sentir con mayor percepción lo que se representaba sobre el escenario: nuestra Semana Santa, una semana compartida a través de poemas de diferentes autores pero que, todos ellos, dejaron su impronta, su alma, en esas palabras valientes, doloridas, repletas de amor y de fe de autores como: José María Gabriel y Galán, Luis Chamizo, el anónimo autor de “No me mueve, mi Dios…”, o el poema “Nazareno” de la Cofraría Sant Crist de l´Agonía entre muchos otros y que no recuerdo bien. 

Isabel Serrano

Isabel Serrano, directora del grupo, incluyó un poema de su autoría que leyó con su voz rota, como si estuviera afónica, pero que es la suya, una voz que te hace sentir con mayor dolor el dolor que dejó plasmado en su poema y que, casi le hizo llorar al recordar en una de las estrofas al esposo muerto pero, su gran maestría al decir el verso, la llevó a sobreponerse de inmediato e, imagino, este pequeño bache pasó desapercibido para el resto del auditorio.



Josefina cantando una saeta
Antonio no fue el único que nos deleitó con sus saetas. Josefina, otra de las recitadoras y que es un primor escucharla, tanto en el momento de decir el verso, como cuando canta, puso voz y garra en una tarde cálida, de primavera casi de verano prematuro… Me pareció sentir en la cara la brisa cuando corretea por las esquinas de las callejuelas abarrotadas de gente, ver el chisporroteo de los hachones encendidos, el humo del incienso subir en finas volutas hasta el cielo, oler su inconfundible aroma, oír los pasos silenciosos de los cofrades al caminar tras la imagen del Cristo o de la Dolorosa, otros pasos, no tan silenciosos, marciales, al ritmo de tambores y cornetas, el silencio del pueblo: unos rezan, otros lloran, otros miran con asombro la belleza de las tallas que marchan en procesión, otros las fotografían o graban y, otros, como es el caso de Josefina, se dirigen a ellas con ese canto tan popular y difícil como lo es la saeta, ese dardo que se clava en el alma, que canta al dolor y que no todo el mundo es capaz de cantar por su dificultad pero quedó bien claro que Josefina se atreve con todo, nos lo demostró en septiembre al cantar las coplas de Rafael de León y, ayer, al dejar bien alto y claro el pabellón de la “saeta”.

Sólo me faltó el hecho de que en la sala el silencio fuera completo pero, al estar a rebosar, al haber muchos niños, era algo casi imposible de conseguir. Los murmullos de los muchachos, supongo que alguno de ellos más aburrido de lo habitual, no le dejaba permanecer ni quieto ni callado. Aun así disfruté con los cinco sentidos de unos poemas que me transportaron, a veces, a un pasado muy lejano y no vivido y, otras veces, a un futuro que, un año más, está a la vuelta de la esquina.

Y, acabó el recital –con ganas, por mi parte, de que continuara un poco más- entre ovaciones, regalos, abrazos, parabienes, fotos, saludos… y, al final, una hermosa torrija para que la Semana Santa fuera total y absolutamente real aunque la hubiéramos vivido dentro de una sala del “Hogar Extremeño" de Móstoles.

Domingo de Ramos, 29-III-2015 – 21,08 p.m.
Juana Castillo Escobar




Fin del recital, las componentes del "Grupo Jara" y Antonio




Algunos de los poemas que recitaron:


ANÓNIMO

NO ME MUEVE MI DIOS…

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.



Recita Vanesa Fraile

Cofraría Sant Crist de l´Agonía - Cofradía del Santo Cristo de la Agonía

NAZARENO

¿Quién viene?…
¿El Jesús?…

La noche se está poniendo
un traje de terciopelo,
mientras las calles se invaden
entre discreto silencio
con un perfume de rosas
al paso del Nazareno…
Vanesa Fraile
-¿De dónde vienes, Jesús?
-¿A dónde vas, Nazareno,
junto a la noche sombría?…
-Voy a morir en la Cruz,
en esta Cruz que suspira,
por los caminos que llevan
mi luz a “Santa María”…
Me encontraré con mi Madre,
que está esperando allá arriba,
frente al reflejo que estrena
el lucero que más brilla…
-Voy a morir en la Cruz;
voy a entregaros mi vida…
y no tengo más amor
que el amor que se eterniza
con cada gota de sangre
que vierto de mis heridas…
Escucha cómo mis hijos,
con “saetas” peregrinas,
buscan sobre el alto cielo
besar mis sienes divinas
y después… cierran los ojos
mientras doblando la esquina,
sienten que dejo con ellos
una nueva y suave brisa…
Mira cómo están llevando
ramas en flor, bendecidas
de romero y de tomillo,
y cómo las acarician
rezando a “su Nazareno”
hasta que despunta el día.

Esto os dejo: El corazón…
Esto os entrego: La vida.

No lloréis por mí; rezad
y recoger las semillas
que entre las alas del viento
-aún cuando el viento dormía-,
vinieron a pasear
por esta ciudad bendita…

-La noche se está alejando;
está temblando la brisa
y las calles se han quedado
por amor a Dios, prendidas
junto al dulce Nazareno
que adora su Cofradía.



Recita Nieves

"Semana Santa en Guareña"
Luis Chamizo.
I

Eja que lo cuente
como sé de maña,
qu´en jamás jue´l muchacho pal pueblo
po Semana Santa.
y endispués que lo iga, ya puedes
endigale en las cosas cristianas
y enseñale bien el Catecismo
pa que no barbarice a sus anchas.
Cuéntalo, muchacho; ¿qué pasa pol pueblo
por Semana Santa?

- Pos verá osté, padre, pasan muchas cosas;
yo no sé si sabré yo explicalas:
anti to, lo qu´a mí más me gusta
son las pruseciones: ¡qué cosa más maja!:
unas parigüelas mu grandes, mu finas,
mu bien jatiadas,
y en lo arto una Virgen mu moza,
mu güena, mu santa,
qu´asín me lo ician tós los que pol pueblo
la prusecionaban.

Iba mucha gente,
con velas mu largas,
en dos carrefilas po los enceraos
pa dale compaña;
y en medio curas y tamién ceviles
con las escopetas a la funeraria,
por si alguno de mala nacencia
juera osao en llegar a insultala.

¡Qué Virgen más güena, qué Virgen más moza,
qué Virgen más santa!...

Al pasá po la casa e los ricos,
¡pumba!, s´encendían toás las luminarias,
y cantaban los mozos cantares,
esos cantarcinos que pol pueblo andan,
que agora es la möa,
que hacen gorgoritos y hacen mojigangas
como los triníos de las golondrinas
que mus espabilan cuando viene´l alba,
y al pasá po la casa e los probes,
tamién había luces dando luminaria:
luces de pitrolio qu´apagab el aire;
quinqueses, candiles en tóas las ventanas,
que paecían relamiase de gusto
al pasá la Virgen elante e su casa.

Y pa mí qu´a Ella no debía gustale
la lus elertrina pa que l´alumbrara:
¡la lus elertrina, tan seria, tan fosca,
con sus alambraos y sus maquinarias,
y con sus celipas y con sus tornillos
que d´un gorpe encienden y d´un gorpe apagan!

¡La Virgen, la Virgen!... Ella dende arriba
de las parigüelas que la porteaban,
lo mesmo a los ricos, lo mesmo a los probes,
a tós los miraba con la mesma cara;
y.., ¡qué corci! a mí me paecía
qu´a nusotrso mejó nos miraba,
paeciendo icirnos
con aquellos ojos cuajaos e lágrimas:
"¡Peirme, muchachos,
peirme con gana,
pa que Dios sus conceda a vusotros
lo que os jaga falta!"

Y yo l´he peïo
a esa Virgen tan güena y tan santa,
a esa Virgen que ya no m´acuerdo
cómo la mentaban,
qu´aremate mu pronto esta guerra
y que pare e llover, porque´l agua,
que mus quita trebajo a los probes,
está jorobando toita la senara.

¡Yo no sé que será de nusotros
como siga metio´l tiempo en agua,
y en Melilla sigan los hombres mandones
trillando la granacias!...

Y el pan n´ha subio, gracias al alcarde,
qu´a los panaëros ha tenío a raya,
qu´es presona de mucha concencia,
que mus dio trebajo a tós en la praza.

¡Ay, padre; qué güenos que son los señores
cuando icen a seglo con gana!

Tós los del casino de nuestro partío
le daron limosna a to´l que llegaba,
y sin destinciones, y sin miramientos,
juera gente suya o juera contraria.

II

Yo tamién me gusta
la Semana Santa,
por sus comilonas
llenas de durzainas.
Muchos platos, muchos,
ca uno de su casta,
porque pa estos días,
agüela Tomasa,
ha mercao unos peces mu grandes,
más grandes que carpas,
que se pescan mu lejos, mu lejos,
más allá e Zafra,
y que saben d´un modo más rico
que los que se pescan en el Guadiana.
¡Chacho!, qué potingues, y cuántos guisotes,
y cuántas cosinas, y cuántas durzainas
pa ponerse jartete y pa dirse
a los morumentos pa vé las muchachas.

¡Chacho!, qué jorgorio hay en las tinieblas
en cuanto las últimas candelas s´apagan.
Yo di matracazos
con la mi matraca,
y arrimé silbíos
que naide arrimaba.
Y no era yo solo; que tós los muchachos
jacían lo mesmo metiendo bullanga;
porque mus dijera la señá Colasa
qu´hay que meter bulla
pa que los diablillos del Santo se salgan,
porque tienen töavía la querencia
d´hacer perrerías con la gente santa
y atizá zurriagazos al Cristo
qu´en aquellos tiempos le crucificaran.

III

Yo tamién lo qu´a mí más me gusta
es cuando se juntan dambos en la praza,
la Virgen aquella y el Resucitao.
¡Chaco, qué estrumpicio cuando me la estapan!...
Al bori sin bori, prencipian los curas,
y tlon, tlon, tolón, tolón, toitas las campanas,
y tachinda, chinda, tós los del Pulío,
y las escopetas jarriando descargas,
y... estas cosas padre, no son pa contao,
no son pa explicalas,
tié osté qu´ir otro año pa velas,
tié osté qu´ir con mi madre y mi hermana,
pa enterase de toas las cosinas
que pasan pol pueblo por Semana Santa.


Nota.- Escrito y recitado en castúo: modalidad de habla de Extremadura.




Recitan: Josefina y Vanesa Fraile

LA PEDRADA

José María Gabriel y Galán

I

Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,
el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lágrimas me ciegan,
y me hiere la ternura...
Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana,
cuando había unos cristianos
que vivían como hermanos
en república cristiana.
Me enseñaron a rezar,
enseñáronme a sentir
y me enseñaron a amar;
y como amar es sufrir,
también aprendí a llorar.
Cuando esta fecha caía
sobre los pobres lugares,
la vida se entristecía,
Josefina y Vanesa Fraile
cerrábanse los hogares
y el pobre templo se abría.
Y detrás del Nazareno
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,
los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...
¡Oh, qué dulce, qué sereno
caminaba el Nazareno
por el campo solitario,
de verdura menos lleno
que de abrojos el Calvario!
¡Cuán suave, cuán paciente
caminaba y cuán doliente,
con la cruz al hombro echada,
el dolor sobre la frente
y el amor en la mirada!
Y los hombres, abstraídos,
en hileras extendidos,
iban todos encapados,
con hachones encendidos
y semblantes apagados.
Y enlutadas, apiñadas,
doloridas, angustiadas,
enjugando en las mantillas
las pupilas empañadas
y las húmedas mejillas,
viejecitas y doncellas,
de la imagen por las huellas
santo llanto iban vertiendo...
¡Como aquellas, como aquellas
que a Jesús iban siguiendo!
Y los niños, admirados,
silenciosos, apenados,
presintiendo vagamente
dramas hondos no alcanzados
por el vuelo de la mente,
caminábamos sombríos
junto al dulce Nazareno,
maldiciendo a los judíos,
¡que eran Judas y unos tíos
que mataron al Dios bueno!.

II

¡Cuántas veces he llorado
recordando la grandeza
de aquel echo inusitado
que una sublime nobleza
inspiróle a un pecho honrado!
La procesión se movía
con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía!...
¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrieras
de los faroles brillaban!
Y aquél sayón inhumano,
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!
¡La escena a un tigre ablandara!
Iba a caer el Cordero,
y aquel negro monstruo fiero
iba a cruzarle la cara
con un látigo de acero...
Mas un travieso aldeano,
una precoz criatura
de corazón noble y sano
y alma tan grande y tan pura
como el cielo castellano,
rapazuelo generoso
que al mirarla, silencioso,
sintió la trágica escena,
que le dejó el alma llena
de hondo rencor doloroso,
se sublimó de repente,
se separó de la gente,
cogió un guijarro redondo,
miróle al sayón la frente
con ojos de odio muy hondo,
paróse ante la escultura,
apretó la dentadura,
aseguróse en los pies,
midió con tino la altura,
tendió el brazo de través,
zumbó el proyectil terrible,
sonó un golpe indefinible,
y del infame sayón
cayó botando la horrible
cabezota de cartón.
Los fieles, alborotados
por el terrible suceso,
cercaron al niño airados,
preguntándole admirados:
-¿Por qué, por qué has hecho eso?...
Y él contestaba, agresivo,
con voz de aquellas que llegan
de un alma justa a lo vivo:
-¡Porque sí; porque le pegan
sin haber ningún motivo!

III

Yo, que con los hombres voy,
viendo a Jesús padecer,
interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy
aquellos niños de ayer?




Mi marido, Vanesa y yo (con el clavel que le regalaron a ella pero, ella me lo entregó a mí).





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