Madrid, 19 de enero de 2015 – Juana Castillo Escobar.
Las últimas semanas se suceden,
por diferentes puntos de la geografía española, una serie de incendios en
edificios, en viviendas unifamiliares y/o en otras de pequeña altura que, según
nos venden en las noticias, deben de ser causados por el frío. Un frío que
lleva a las familias a mantener encendidos calefactores, estufas, braseros…,
durante demasiado tiempo.
También comentan que esos
aparatos, bien eléctricos, bien de gas, son los causantes de hacer que se
prendan y aviven esos fuegos debido a una mala combustión. En ocasiones achacan
la causa del incendio a cigarrillos mal apagados…
Quizás estén en lo cierto y no
exista nada más... Pero, ¿no resulta muy extraño? Tan extraño como los
incendios veraniegos que son el pan nuestro de cada día cuando llega el calor.
Me explicaré: doy paso primero a
los últimos, bonito juego de palabras. Con los incendios veraniegos llegué a la conclusión –tal vez errónea- que
no es posible, por muy altas que sean las temperaturas, por muy seco que esté
el monte, que se formen esos graves incendios por generación espontánea. Temo
que, tras esas catástrofes, se esconde la mano del hombre:
* por maldad –pirómanos-,
* por la mala praxis de los
gobiernos que no cuidan las masas forestales –no las limpian, ni riegan, ni
retiran las malas hierbas ya secas, ni la pinocha caída durante el otoño…, así,
ni mantienen personal, ni han de pagar sueldos-,
* por insensatez –dejar caer una
colilla aún encendida desde un vehículo en marcha-,
* por descuido –quema de
rastrojos por parte de los agricultores-…
¡Por tantas cosas! Cosas que nos
están dejando sin bosques, sin pulmones, sin vida.
Ahora me ceñiré al meollo de este
artículo: los incendios invernales.
Este año, que no se puede decir que es uno de los más crudos –los hemos sufrido
bastante peores-, no hay día en el que no se escuche en las noticias, ya sea a
través de la radio o en televisión, que en Bilbao ha ardido un piso en el
centro de la ciudad, en Sevilla, en Madrid, en Barcelona, en Murcia, en Huelva…,
en pueblos de los alrededores, en casi todas las provincias. ¿No es extraño? ¿Algo
no huele a chamusquina? Porque, lo peor de todo son las pérdidas de vida, es
que siempre hay muertos o heridos muy graves.
¿En todos los lugares en los que
ardieron esas viviendas, esparcidos a lo largo y ancho del país, estaban en tan
mal estado las estufas, braseros, chimeneas…? ¿Tan despistados son los
fumadores que, por culpa de un cigarrillo mal apagado, solo quedan visibles los
muelles del colchón sobre el que dormían?
Las víctimas han muerto: unas, asfixiadas
al inhalar los humos; otras, calcinadas. Entre ellas no se puede decir –como
nos relatan- que eran solo personas mayores, más proclives a olvidarse de las
cosas como apagar un brasero, fijarse si las faldas de una mesita están
demasiado cerca de una llama o, si una estufa de gas está en pleno rendimiento
o presenta problemas. No. Han fallecido familias enteras, madres con sus niños,
jóvenes, bebés, ancianos… Un amplio abanico de personas que hace que me
pregunte: ¿seguro que las causas de tantos incendios caseros son debidas al mal
funcionamiento de los aparatos? O, por el contrario, ¿no será que las malas
condiciones económicas les llevaron a suicidarse en grupo, en familia? Porque,
lo que no cuentan los informativos, es cómo vivían esas personas, cuáles eran
sus medios de subsistencia. Tal vez en algún caso la pareja se encontraba en
paro, sin poder dar de comer a sus hijos, sin ver un horizonte claro; quizás,
otros, iban a ser expropiados, echados de su hogar por un banco que les hizo
firmar una hipoteca impagable debido a la mala situación económica, los echarían
a la calle dejándoles hundidos en la miseria, porque no es nada fácil el no
tener con qué pagar una barra de pan para que coman tus hijos o, lo que es
peor, sacarles de casa y vivir en una chabola o de la caridad de algún pariente,
en general de los abuelos que, con sus humildes pensiones, ayudan a sacar a
flote una familia que se desquebraja.
¿Quién no supone, entonces, que
más de uno tome el camino, nada fácil, de acabar con todos los problemas de ese
modo tan radical?
Aquí les dejo la pregunta.
Respóndase en conciencia. ¡Quién sabe lo que sucede en la casa del vecino!
Juana
Castillo Escobar
Madrid,
19 de enero de 2015
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