Madrid, 17 de setiembre de 2014 – El pasado
sábado, día 13, acudí invitada por Vanesa Fraile al recital poético que tuvo
lugar en el Centro Cultural Extremeño de Móstoles.
El recital giró en torno a la poesía del gran Rafael
de León, se llevó a cabo en el entorno de las fiestas del pueblo madrileño.
Vanesa, junto al Grupo Jara –todo él compuesto por
mujeres-, pusieron voz a los poemas del gran vate andaluz. Autor de la
generación del 27 –casi desconocido como tal-, fue más conocido como letrista
de canciones que como poeta de esta generación. A todo el mundo le suena
familiar el trío: Quintero, León y Quiroga, autores tan prolíficos que llegaron
a registrar más de cinco mil canciones.
El Grupo Jara declamó sobre el escenario, durante unas
dos horas, los poemas de Rafael de León, acompañadas a veces por una guitarra y
un laúd.
Las palabras se hacían canto; en otras ocasiones,
los poemas, a dos voces, eran recitados por una de las integrantes del grupo,
mientras que era cantado por otra… y la guitarra daba los compases a unos “Ojos
verdes” que recordaron a doña Concha Piquer; o un “Tatuaje”, tan
desgarrado, que hacía llorar, al igual que el “Romance de valentía”…
Coplas que están en la memoria colectiva, que pertenecen al ayer, pero que, por
unos minutos, regresaron al aquí y ahora.
Vanesa recitó, de memoria, “La profecía”.
Un largo poema a dos voces, la suya, junto a una de sus compañeras que cantaba
algunas estrofas. Y, con las dos, la guitarra.
La sala, a pesar de que retransmitían esa tarde
por TV un partido de fútbol, estaba llena hasta los topes. En el ambiente se
notó que los poemas se hacían carne, que se metamorfoseaban en algo que casi se
podía tocar y, como dirían en el ámbito taurino, el respetable acabó lanzando
“olés” y “bravos” hasta quedar roncos porque, lo que no he comentado hasta
ahora, es que las recitadoras, declamadoras, rapsodas, vates..., da igual cuál
sea el apelativo que les demos, eran geniales. No recitaban, daban vida a los
poemas; los hacían brotar no de la garganta, sino de las mismas entrañas; los
regalaban al público, corazones ardientes a los que era imposible resistirse.
Era, en fin, la belleza de las palabras dichas en voz alta.
¿Quién pone en duda de que el síndrome de Stendhal
exista? Yo no, por supuesto, porque ese sábado lloré por la belleza que percibí
a través de mis oídos.
Isabel, la profesora, con su voz rota, rompía el
aire cada vez que declamaba. Se excusó, cuando hablé con ella, de que “se
trata de un grupo de aficionadas, no de profesionales”. ¡Menudas
aficionadas! ¡Son grandes! Para acabar: son grandes, sobre todo, por el amor
que ponen en lo que hacen, por las horas que dedican a ensayar y, porque con
sus voces, hacen más bello este mundo tan inhóspito y pleno de negrura.
Un apunte, porque no quiero olvidarme de ellos.
Quienes tocaban la guitarra y el laúd eran dos hombres, este último intervino algo
menos, pero se merecen un chapeau para los dos (aunque, para el guitarrista
que sea doble, porque doble fue su trabajo y, además, también cantó).
El recital me inspiró este poema que, ni de lejos, se parece a los del maestro León, pero está escrito con todo el cariño de
una amante de las bellas artes, aprendiz de poeta... (Pensé en publicar primero el poema, que fue el que escribí en un principio, y luego el artículo. Al final me he decidido por ponerlos juntos).
SÁBADO POR LA TARDE
A Vanesa Fraile y el Grupo Jara
Sábado por la tarde,
sábado de poesía,
recita Vanesa Fraile
en muy buena compañía.
Recitan bellos poemas
de Rafael de León,
dichos con gracia
extremeña,
con fuerza, garra y
pasión.
Sábado de poesía,
sábado en compañía
de buena música:
guitarra, laúd y…
canción.
Recitó Vanesa Fraile
junto con sus compañeras,
surcaron sus voces el
aire,
volaron rompiendo
barreras.
Entre olés y aplausos
-como en una tarde de
ferias-
acabó un recital
que, entre poemas y
cantos,
tanto me hicieron
recordar.
Juana Castillo Escobar
Domingo, 14-IX-2014 – 13,05 p.m.
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