El pasado 12 de mayo tuve una grata sorpresa, Me llegaban desde Málaga tres libros: dos de la biografía titulada "El niño que quería ser pintor" escrita por mi querida amiga Higorca Gómez Carrasco; y, "José Higueras a través de los años", un libro-catálogo en el que aparecen imágenes de la exposición/homenaje llevada a cabo en Alhaurín de la Torre (Málaga) del 7 de abril al 13 de mayo 2017 (añado tres imágenes de ese catálogo).
La hermosa dedicatoria de Higorca, con dibujo incluido...
¡No sé qué me hizo mayor ilusión: si el hecho de participar en la obra con mi prólogo o esto!
¡Y qué decir de la dedicatoria del maestro...!
Para llorar de emoción, tal cual.
Algunas obras de D. José Higueras
Mi prólogo, del que me siento totalmente satisfecha.
Añado el prólogo completo para quien desee conocer algo más de este gran pintor, al que puede acceder a través de Internet y contemplar sus obras.
"El niño que quería ser pintor"
PRÓLOGO
Antes
de dar comienzo a la lectura de esta obra, antes de conocer su contenido,
quiero escribir algo personal que atañe a la autora, Higorca Gómez, así como a José
Higueras Mora, el maestro pintor y protagonista de esta biografía.
De
Higorca diré que se trata de una escritora, licenciada en medicina, pintora y poetisa
(me agrada más esta acepción que la de poeta, no sé qué le parecerá a ella. Poetisa
tiene un aura antigua, un sonido casi mágico, reminiscencias que rozan la
mística, lo sagrado…). Mujer que brilla en todos y cada uno de estos campos
pero, lo más importante, es que se trata de una gran amiga y mejor persona.
En
cuanto a José Higueras Mora, el Maestro, el Pintor… A él lo conozco menos, sólo lo vi una vez, en abril de
2016, durante la presentación del poemario de un amigo común: el Dr. Ernesto
Kahan. Tal vez, para valorar a una persona, se considere poquísimo tiempo, o
casi nada, el permanecer junto a alguien unos minutos, un par de horas… pero
suelo ser bastante certera en mis apreciaciones. Con sinceridad, antes de saber
de quién se trataba y, aun de haberlo sabido, sé que hubiera llegado a la misma
conclusión. Para mí, en aquel momento, se trataba solo y exclusivamente del
esposo de Higorca, nada más y nada menos. Un hombre que me pareció gentil,
amable y cariñoso, modesto y, me dio la impresión, de ser algo tímido…
Espero
que, tras leer su biografía, escrita con amor y admiración por su esposa,
Higorca, me afianzaré en este parecer. Lo que sí puedo asegurar, de modo
categórico, desde ya, es que José
Higueras Mora es un gran pintor. Pintor de la luz y del claroscuro, de la
soledad de los campos, de los paisajes borrascosos, doloridos, de las figuras
pensativas, de trenes empenachados que, quizás, no lleven a ninguna parte o a
todas, trenes que guardan el fiel reflejo de una vida nómada. Agradezco vivir
en esta época y tener los medios que me permiten conocer su obra pictórica sin
salir de casa, simplemente asomada a la pantalla de mi ordenador.
Ahora
sólo me queda conocer su vida y apoyar, con estas pobres palabras, una obra
que, desde ya, considero apasionante y apasionada.
*****
La
biografía que tenemos entre manos, la que nos acercará al Maestro, al Pintor
premiado, reconocido, con obras que forman parte de las joyas de grandes
coleccionistas, de ayuntamientos españoles y extranjeros ─incluso de la casa
real─, la de un hombre premiado en España y en medio mundo, narra la historia
de un pintor que se hizo a sí mismo. La historia de un chicuelo travieso
llamado José Higueras Mora que,
desde su más tierna infancia, sólo deseaba tener entre sus manos un papel y
unos lápices de colores para pintar.
Nacido
en el seno de una familia humilde, su historia se puede comparar con alguna de
las narradas por el gran autor inglés Charles Dickens e, incluso, con la vida
del citado autor. José nació en una España pobre, oscura, hambrienta y casi sin
expectativas para un niño como él que bien hubiera podido acabar en el arroyo
pero, su empeño por un lado y, el amor, por el otro, lograron lo que quizás
cualquiera no lograse alcanzar: la realización de su sueño de hacerse pintor y,
no solo pintor sino, como anoto con anterioridad, pintor de los buenos y de
renombre.
Regresemos
al amor. Sí, fue el amor el que encumbró a José Higueras hasta donde hoy día se
encuentra: el amor incondicional de su abuelo materno, alguien que lo cuidó
como un padre, que lo apoyó siempre, que creyó en él, que fue su báculo y, el
propio amor de José por la pintura, por alcanzar ese sueño. Un hombre al que,
desde su más tierna infancia, no le importó trabajar, ni encarar las faenas más
duras no sólo para ayudar a su madre que se dejaba la vista cosiendo o lavando
ropa para terceras personas en las aguas heladas del Pirineo, sino para poder
ahorrar unas perras y comprar sus cuadernos de pintura y, a través de ellos,
aprender lo que no podría hacer de otro modo: recibiendo clases en una buena
academia. En los momentos de descanso de esos trabajos bien recogiendo carbón o
frente a la boca de un horno de pan, en esos instantes de asueto se fundía en
su mundo pictórico. Bien del natural, o copiando a otros autores, era como
pasaba esos momentos, escasos momentos, de ocio.
El
camino fue duro, de cambios constantes, un continuo deambular por la geografía
española, tan maltrecha… También por París, la ciudad luz, que le enseñó mucho
pero también lo inhumana que es la vida de un extranjero sin recursos.
Sí,
es cierto, el camino no fue de rosas precisamente, sino de rosas con bastantes
espinas; fue duro, muy duro, pero esa misma dureza consiguió fortalecerlo,
consiguió que aquel diamante en bruto se puliera de tal modo que, una vez
conseguido su objetivo, brillara con luz propia, con la claridad y la calidad
del más hermoso y puro de los diamantes, con esa luz que imprime a sus obras,
esa fuerza a base de voluntad, la voluntad de hierro de José Higueras, un
hombre a quien no le arredró ni la enfermedad, ni la pobreza, ni los medios
adversos de una época miserable sino todo lo contrario: todo esto le hizo
esforzarse cada día más y más.
Una
comparación se me viene a la memoria: el pintor reconvertido en un Dante del
siglo XX, un personaje… ¡No, una persona, que también se vio obligado a
descender a los infiernos para alcanzar, después de mucho esfuerzo, su gloria!
Este Dante también tuvo su maestro, su Virgilio, en la figura pequeña pero
fuerte de Higorca que lo empujó a levantarse una y otra vez cada vez que se
desmoronaba, alguien que creyó en él desde el primer instante en el que posó su
vista en la obra del maestro. Alguien que supo llevarle de la mano por los
peldaños sinuosos que suben a la cumbre con y por amor.
Como
final añadiré: José Higueras Mora,
un pintor hecho a sí mismo, alguien a quien debemos conocer y, sobre todo,
admirar. Pero no le admiremos sólo como pintor, no. Admirémoslo como esa
persona grande, humana, arrojada y que, tal como supuse sin casi conocerle, su
humildad y bonhomía lo engrandecen mucho más a mis ojos y a los ojos de
cualquiera que tenga el placer de conocerlo o, más aún, de poder llamarse su
amigo.
Juana Castillo Escobar,
escritora
Madrid,
24-II-2017
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