viernes, 9 de septiembre de 2016

Artículo-Opinión – “La vuelta al cole”

Artículo/Opinión - Madrid ─ Jueves 08-09-2016 / 20,19 p.m.
Juana Castillo Escobar -yo- en el colegio

¡Cómo pasa el tiempo, no corre, vuela desbocado hacia… ─no quiero parecer ni agorera, ni depresiva sino, me temo, realista─ sí, el tiempo vuela desbocado hacia un abismo de incertidumbre! Me parece que fue ayer cuando viví mi primer día de "cole", con apenas cuatro años... basta con ver la foto.

Hoy ha amanecido una mañana brillante, demasiado calurosa para las alturas del verano en las que nos encontramos, si bien la de hoy más soportable que las precedentes. ¡Menos mal porque, si no, la vuelta a las aulas hubiera sido un verdadero suplicio! ¿Cómo dar clase con 36 o 40 grados? ¡Imposible, teniendo en cuenta que colegios e institutos no están acondicionados para estos calores! Lo peor de todo es que, nuestros colegas europeos, nos tachan de vagos porque no empezamos el curso como ellos: en agosto. ¡Como que se puede! Que se lo pregunten también a nuestros vecinos italianos (sobre todo a los del sur), o los griegos, o los del norte de África. No es vagancia. Es que, con ciertas temperaturas, es imposible dar ni recibir clases. ¿Acaso ellos, los que viven más al norte, cuando llegan esos inviernos crudísimos con nevadas de hasta un metro y 25 o 30 grados bajo cero, no se toman unas semanas de vacaciones “en la nieve” porque esta les impide incluso el caminar?

Me disculpo por el inciso, demasiado largo, pero necesitaba dar salida a este pensamiento que es una realidad que nadie comenta porque, o no se atreve, o le es indiferente o, sin más, no piensa en ello porque es el típico que no para de clamar a los cuatro vientos “que los niños deberían de estar más tiempo en el colegio, que los profesores tienen demasiadas vacaciones y que ellos, los “amantes padres” no pueden tener a “sus niños” más de un par de semanas seguidas en casa”. Pues, si un padre o una madre no soporta al niño en casa por más de quince días, ¿alguien ajeno (léase el profesor-maestro o educador infantil) tiene que soportar de manera continua a más de 20 alumnos, cada uno de su padre y de su madre, durante diez meses al año?

Bien es cierto que es difícil hoy día compaginar trabajo y niños pero, con voluntad, se puede y, si no, abstenerse de procrear… a veces pasa como con las mascotas que crecen, pierden el encanto de cuando eran cachorros, molestan y, al final, acaban abandonados. Es triste decirlo, también escribirlo, mas es cierto: algunos niños/as, al dar el estirón pierden ese encanto, se convierten en adolescentes revoltosos, chillones y, mal que me pese, los problemas familiares se agigantan por momentos. Y, ¿qué mejor manera de evitar esos problemas? Hay que aparcar al niño, adolescente, joven en la escuela, instituto, facultad… cuantas más horas, mejor. En realidad, los alumnos, cumplen más horas en clase que sus progenitores en el trabajo. Los hay que salen de amanecida y no regresan a casa hasta doce horas más tarde. Después de clase hay que continuar: natación, gimnasia, baile, inglés y, la guinda que corona el pastel, una vez en casa, hay que sentarse de nuevo, modositos, a preparar los deberes para el día siguiente.

Hoy, un año más, he vuelto a escuchar (sin moverme del salón de casa, como invitada predilecta) la “apertura” del nuevo curso en el colegio situado frente al edificio en el que vivo.

Como en años precedentes una voz femenina, a través de un megáfono, se dirige a los alumnos, les da la bienvenida, les recuerda según los cursos y el nombre de los profesores ─Agustín, Gloria…─ dónde deben dirigirse, les asigna las nuevas clases y, una vez acaba esta especie de ceremonia, les pide que vayan al salón de actos. Quizás una hora después, tal vez menos, se escuchan las risas de los críos, juegan en el patio, gritan alegres.

Sus voces han acallado los gritos nómadas de las golondrinas que parece han abandonado mi pedazo de cielo. Llega septiembre, con él la “vuelta al cole”, a la cotidianeidad, a escuchar, cada mañana, los juegos enjaulados de los niños. Sí, enjaulados, porque no es lo mismo jugar libres en el parque que, según la hora asignada a cada curso, hacerlo en el patio de la escuela, colegio, instituto… Hoy, juegan dichosos. Vuelven a estar con sus amigos. Las vacaciones siguen muy recientes en su piel, sus cuerpos, sus retinas… Estrenan zapatos, equipamiento, libros, ¡es como si hubieran llegado los Reyes Magos o Papá Noël! Sin embargo, en breve, los días se volverán más cortos, más obscuros; el otoño traerá su paleta de colores que, tal vez, ellos no aprecien aún. Días de lluvia, de frío. Los juegos no serán en el patio y, esta vitalidad de hoy, estas ganas por empezar, esta alegría, pronto se verá empañada por la rutina que, a todos, antes o después, nos alcanza y nos vuelve melancólicos o rebeldes por eso, es muy importante, que todos: maestros, profesores, educadores, familia, sepamos encarrilar su fuerza.

En clase es necesario que los docentes consigan hacer lo más amenas posibles las “tropecientas” asignaturas con las que cargan, con las que se enfrentan día a día. Es difícil, lo sé, pero supongo que, con voluntad, empeño y, sobre todo, la maestría y entusiasmo del profesorado lo pueden conseguir.
Y, por otro lado, las familias son el apoyo de estos niños, de estos jóvenes. Desde la casa deben llegar a la escuela con lo principal aprendido: la educación, la buena educación.

En el colegio-escuela infantil-instituto, aprenden una serie de materias, algunas de las cuales les servirán en su vida futura para llegar a ser alguien con una exquisita cultura pero, esa cultura debe de ir cimentada sobre una buena educación. Cultura y educación han de ser, por necesidad, un matrimonio feliz.

Añado, antes de terminar, una frase mía que espero les haga reflexionar:

“Por mucha cultura que se tenga, si no se tiene educación, el individuo resultante puede llegar a ser un sujeto despreciable, incluso malvado”.

Juana Castillo Escobar – 8/9/2016 – 21,05 p.m. ®


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