Artículo/Opinión - Madrid
─ Jueves 08-09-2016 / 20,19 p.m.
Juana Castillo Escobar -yo- en el colegio |
¡Cómo
pasa el tiempo, no corre, vuela desbocado hacia… ─no quiero parecer ni agorera,
ni depresiva sino, me temo, realista─ sí, el tiempo vuela desbocado hacia un
abismo de incertidumbre! Me parece que fue ayer cuando viví mi primer día de "cole", con apenas cuatro años... basta con ver la foto.
Hoy ha
amanecido una mañana brillante, demasiado calurosa para las alturas del verano
en las que nos encontramos, si bien la de hoy más soportable que las precedentes.
¡Menos mal porque, si no, la vuelta a las aulas hubiera sido un verdadero
suplicio! ¿Cómo dar clase con 36 o 40 grados? ¡Imposible, teniendo en cuenta
que colegios e institutos no están acondicionados para estos calores! Lo peor
de todo es que, nuestros colegas europeos, nos tachan de vagos porque no
empezamos el curso como ellos: en agosto. ¡Como que se puede! Que se lo pregunten
también a nuestros vecinos italianos (sobre todo a los del sur), o los griegos,
o los del norte de África. No es vagancia. Es que, con ciertas temperaturas, es
imposible dar ni recibir clases. ¿Acaso ellos, los que viven más al norte,
cuando llegan esos inviernos crudísimos con nevadas de hasta un metro y 25 o 30
grados bajo cero, no se toman unas semanas de vacaciones “en la nieve” porque
esta les impide incluso el caminar?
Me
disculpo por el inciso, demasiado largo, pero necesitaba dar salida a este
pensamiento que es una realidad que nadie comenta porque, o no se atreve, o le
es indiferente o, sin más, no piensa en ello porque es el típico que no para de
clamar a los cuatro vientos “que los
niños deberían de estar más tiempo en el colegio, que los profesores tienen
demasiadas vacaciones y que ellos, los “amantes padres” no pueden tener a “sus
niños” más de un par de semanas seguidas en casa”. Pues, si un padre o una madre
no soporta al niño en casa por más de quince días, ¿alguien ajeno (léase el
profesor-maestro o educador infantil) tiene que soportar de manera continua a
más de 20 alumnos, cada uno de su padre y de su madre, durante diez meses al
año?
Bien
es cierto que es difícil hoy día compaginar trabajo y niños pero, con voluntad,
se puede y, si no, abstenerse de procrear… a veces pasa como con las mascotas
que crecen, pierden el encanto de cuando eran cachorros, molestan y, al final,
acaban abandonados. Es triste decirlo, también escribirlo, mas es cierto:
algunos niños/as, al dar el estirón pierden ese encanto, se convierten en
adolescentes revoltosos, chillones y, mal que me pese, los problemas familiares
se agigantan por momentos. Y, ¿qué mejor manera de evitar esos problemas? Hay
que aparcar al niño, adolescente,
joven en la escuela, instituto, facultad… cuantas más horas, mejor. En realidad,
los alumnos, cumplen más horas en clase que sus progenitores en el trabajo. Los
hay que salen de amanecida y no regresan a casa hasta doce horas más tarde. Después
de clase hay que continuar: natación, gimnasia, baile, inglés y, la guinda que
corona el pastel, una vez en casa, hay que sentarse de nuevo, modositos, a
preparar los deberes para el día siguiente.
Hoy,
un año más, he vuelto a escuchar (sin moverme del salón de casa, como invitada predilecta)
la “apertura” del nuevo curso en el colegio situado frente al edificio en el
que vivo.
Como
en años precedentes una voz femenina, a través de un megáfono, se dirige a los
alumnos, les da la bienvenida, les recuerda según los cursos y el nombre de los
profesores ─Agustín, Gloria…─ dónde deben dirigirse, les asigna las nuevas
clases y, una vez acaba esta especie de ceremonia, les pide que vayan al salón
de actos. Quizás una hora después, tal vez menos, se escuchan las risas de los
críos, juegan en el patio, gritan alegres.
Sus
voces han acallado los gritos nómadas de las golondrinas que parece han
abandonado mi pedazo de cielo. Llega septiembre, con él la “vuelta al cole”, a
la cotidianeidad, a escuchar, cada mañana, los juegos enjaulados de los niños.
Sí, enjaulados, porque no es lo mismo jugar libres en el parque que, según la
hora asignada a cada curso, hacerlo en el patio de la escuela, colegio,
instituto… Hoy, juegan dichosos. Vuelven a estar con sus amigos. Las vacaciones
siguen muy recientes en su piel, sus cuerpos, sus retinas… Estrenan zapatos,
equipamiento, libros, ¡es como si hubieran llegado los Reyes Magos o Papá Noël!
Sin embargo, en breve, los días se volverán más cortos, más obscuros; el otoño
traerá su paleta de colores que, tal vez, ellos no aprecien aún. Días de
lluvia, de frío. Los juegos no serán en el patio y, esta vitalidad de hoy,
estas ganas por empezar, esta alegría, pronto se verá empañada por la rutina
que, a todos, antes o después, nos alcanza y nos vuelve melancólicos o rebeldes
por eso, es muy importante, que todos: maestros, profesores, educadores, familia,
sepamos encarrilar su fuerza.
En
clase es necesario que los docentes consigan hacer lo más amenas posibles las “tropecientas” asignaturas con las que
cargan, con las que se enfrentan día a día. Es difícil, lo sé, pero supongo que,
con voluntad, empeño y, sobre todo, la maestría y entusiasmo del profesorado lo
pueden conseguir.
Y,
por otro lado, las familias son el apoyo de estos niños, de estos jóvenes. Desde
la casa deben llegar a la escuela
con lo principal aprendido: la educación, la buena educación.
En
el colegio-escuela infantil-instituto,
aprenden una serie de materias, algunas de las cuales les servirán en su vida
futura para llegar a ser alguien con una exquisita cultura pero, esa cultura debe de ir cimentada sobre una buena
educación. Cultura y educación han de ser, por necesidad, un matrimonio feliz.
Añado,
antes de terminar, una frase mía que espero les haga reflexionar:
“Por mucha cultura
que se tenga, si no se tiene educación, el individuo resultante puede llegar a
ser un sujeto despreciable, incluso malvado”.
Juana Castillo
Escobar
– 8/9/2016 – 21,05 p.m. ®
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