Hace tanto que no escribo
que, en este tiempo, casi perdí la costumbre, las ganas, los temas y el estilo.
Supongo que, aquel que no
me conozca, habrá pensado, al pasarse por mis blogs, que me desilusioné, que
los he olvidado, que ya no tengo nada que decir ni qué contar…
¡En absoluto, todo lo
contrario! Mi silencio se ha debido a mi falta de vista (a la mala vista, o lo
que fue peor: a la escasa visibilidad que me ensombreció estos últimos años
causada por unas cataratas que, al final, se convirtieron en tupidos
cortinones). Una vez operada, y sin poder cantar victoria de forma completa,
porque aún estoy a la espera de tener mis nuevas gafas de cerca, parece que saco
mi cabeza de ese pozo de oscuridad en el que me encontré recluida.
Durante estos casi tres años,
en los que noté cómo mi vista se difuminaba lentamente, me sentí mal. Muy mal.
Traté de llevar a buen puerto todas mis actividades literarias: taller, radio,
revista, mis escritos –poemas, relatos, novelas- pero nadie sabe, ni se imagina
a qué precio. Puedo añadir que, desde finales de enero, hasta finales de marzo,
me sentí como en la foto que comparto con todos vosotros: tan apagada, tan cerrada,
como mi cuaderno, mi portátil, o mi pluma. Adminículos inservibles sin la mano
amiga que los haga funcionar. Y yo me sentí igual.
Eso sí, escribir no
escribí, no me era posible porque al operarme primero de un ojo, y luego de
otro, la dificultad visual aumentó… Pero pensar… ¡No he parado de pensar en
todo este tiempo! He pensado en todo y en todos. En la vida, en la muerte, en
los acontecimientos acaecidos en este mundo al que no sé si llamar de Dios
(como decían o dicen nuestros mayores) porque, últimamente, parece más del
diablo. Me da que los dioses se han ido todos de vacaciones y nos han dejado al
albur de lo que acontezca, es decir, de lo que nosotros dejemos que suceda
porque, salvo las catástrofes naturales (que también las ha habido, muchas, y
de las que me apeno profundamente), los levantamientos, separatismos, odios de
todo tipo: raciales, de religión, de pensamiento…, las pseudo-guerras o
pre-guerras que nadie para, los enfrentamientos que traen consigo las llamadas
movilizaciones de paz, pero que acaban con heridos, destrozos que no deberían
suceder, y más, y más enfrentamientos. ¿Es que no hay nadie con la suficiente
autoridad que diga ¡BASTA, YA ESTÁ BIEN!? ¿Acaso no nos damos cuenta de que si
continuamos de este modo nos iremos todos, TODOS, discúlpenme por esto, a la mierda,
al infierno, al carajo o donde cada uno de ustedes que me leen imaginen?
Ya les comenté más arriba,
ver aún veo mal: necesito mis gafas de cerca, hasta que las tengan me tengo que
apañar con unas “prefabricadas” y que venden en las farmacias, no debo
llevarlas puestas demasiado tiempo, pero el poco que consigo “arañar” lo dedico
a lo que me gusta: escribir y, hoy, después de meses en silencio, los
pensamientos me han salido a borbotones.
No es un cuento, es un
relato tremendamente real.
Madrid, 10 de abril
de 2014
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