Ave y playa cubiertas de petróleo - Imagen obtenida en Internet |
El pasado jueves día 1 de agosto de 2013, por la mañana,
compareció Mariano Rajoy –Presidente del Gobierno de España- ante el Parlamento
para hablar sobre un gravísimo caso de corrupción que le salpica no sólo a él,
sino a casi toda la cúpula del Partido Popular (P.P.).
No vi la comparecencia al completo por T.V.
Escuché por radio algunos retazos; otras, las que nos
ofrecieron las distintas cadenas en sus noticiarios; en tertulias televisadas que
se hicieron eco del evento los días subsiguientes… Leí artículos. El escándalo
continúa a fecha de hoy (aunque se intente tapar con otros problemas como el
enfrentamiento entre España y Gibraltar; los “desfalcos” y, me perdonarán por
la expresión, “metidas de pata” de su partido oponente, el PSOE, que tampoco
sale muy bien parado).
En este país por lo que se está sabiendo –y se sabía y
sabe- roba hasta “el tato”: el que tiene un comercio, eleva los precios al
infinito; el que está en paro y lo cobra, y además “cobra en negro” trabajos
que lleva a cabo sin estar dado de alta en ningún sitio; hay “pobrecitos” que
tienen varios pisos y se ganan la vida explotando con alquileres imposibles a
otros que sí que son pobres… Y así, suma y sigue-.
Lo primero que debo decir es que siento vergüenza ajena,
muchísima vergüenza. Vergüenza en el momento de decir “soy española”. ¿Por qué
debería tenerla? Simplemente, porque soy honrada, porque no entiendo cómo se
puede llegar a ese nivel de avaricia, sobre todo las personas que viven por
encima de su nivel y que quieren vivir aún mejor. Estas personas suelen ser de
derechas –bueno, hoy día creo que no hay derecha ni izquierda en este caso-,
pero es indudable que los de derechas son benévolos con esta “panda de
chupópteros” que nos gobiernan, porque o les perdonan todo lo que hacen, o
ellos hacen igual o les gustaría hacer lo mismo.
Esta reflexión se me está yendo de las manos. Se me
escapa la indignación y, así salen, “pelusas” incluso del eoceno.
Lo que en realidad quise poner de relieve, desde el
principio era:
1º.- Los señores políticos llegaron al Senado como si se
dirigieran a la T4 del aeropuerto de Barajas: cargados con sus maletas, con
premura porque tenían que irse de vacaciones.
2º.- Una vez dentro del edificio, sobre todo los situados
en las alturas (alcaldesa de Valencia, Cospedal, y alguno que otro más, estaban
más pendientes de su smartphone que de las palabras de su “líder” ¡Estarían
consultando el reloj :-) !).
3º.- En cuanto al discurso del Sr. Rajoy… Indudablemente
escrito por otra persona, como digo, no lo escuché entero; sí retazos del
mismo. De él, lo que más me llamó la atención no fueron las negaciones del
presidente (muy dado a minimizar y/o negar los problemas, como cuando se hundió
el Prestige frente a las costas de Galicia y él, al dar la noticia por T.V. nos
informó que de aquel barco sólo “salían unos hilillos de plastilina”… ¡Y
tuvieron que venir voluntarios de toda Europa para ayudar a limpiar las playas
del chapapote que las cubría y que acabó con la fauna marina y las aves del
entorno que aún recuerdo cormoranes y gaviotas embadurnados de petróleo!). En
fin, también Pedro negó tres veces a su Maestro y Él le perdonó, tal vez Rajoy
piense que con él sucederá lo mismo: que le perdonarán, aunque hay muchos que
sí lo harán porque no ven más allá de sus narices.
Retomo la reflexión, lo que me llamó la atención fue una
frase, o latiguillo muy utilizado cada vez que leía un párrafo: "fin de la cita".
“Fin de la cita”, ¿quien le escribió el discurso
no le advirtió que eso no debería ser leído? ¿Fue M. R. quien dijo que ya sabía
hasta dónde debía leer y dónde no? ¿Se repartieron entre los peperos copias de
dicho discurso en las que, donde para el presidente ponía “fin de la cita”,
para sus adláteres estaba escrito “Aplausos”, “Bien”, “Bravo”
o cualquier otra palabra de apoyo? ¡Claro, tal vez por eso miraban sus teléfonos
móviles: para saber cuándo debían jalear a su “lider”!
¿Saben lo que me recordaba? Mejor, ¿a quién me recordaba?
A Joaquín Prats o a Mayra Gómez Kemp en el “Un, dos, tres”, cuando tenían que
leer una pregunta su final era: “…y hasta aquí puedo leer”.
Y, casi para acabar, pondré un ejemplo literario que será
más comprensible: era como “Bartleby, el escribiente”, el
protagonista anodino que da nombre a este relato incomparable del gran Herman
Melville. Bartleby, un hombre anodino, ambiguo, vacío a quien, cada vez que se
dirigen a él en la oficina donde trabaja, responde con un: “Preferiría no
hacerlo”
y continúa con su mutismo. Con esto, el autor, consigue crear una atmósfera
agobiante, nos representa a un empleado mediocre que, a mi modo de ver, ni
sangre tiene en las venas. Pues ese “Fin de la cita” de M. R., me llevó
a recordar todo esto y, si me apuran, a ponerle cara y cuerpo a Bartebly.
4º.- Y lo peor de todo esto, cuando llegue el momento de votar ¿a quién hacerlo? ¡Son todos el mismo perro, pero con diferente collar!
Juana Castillo Escobar.
Madrid, 22 de agosto de 2013 –
13,23 p.m.
2 comentarios:
Mira si te tengo delante te estrujo, me encantó, aparte de estar de acuerdo de la primera a la última palabra. Fue vergonzoso, yo tampoco lo vi, pero escuché parte del mismo, y sobre todo los comentarios. Yo espero que se unan partidos nuevos, con gente joven, bien preparada, y no nos queda otra que brindarles una oportunidad, cualquiera lo puede hacer mejor que esta pandilla de ineptos.
Un beso grande.
Hizo el ridículo a más no poder.
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