viernes, 13 de mayo de 2011

UN POEMA Y SU COMENTARIO. Poema de Ernesto KAHAN, comentario a cargo de Juana CASTILLO






A Jesús lo maté el dos de diciembre del 40,
así me dijeron, por haber nacido,
así ocurre cada vez que nace un judío,
con cuernos y bebiendo la sangre de un niño,
tal siguen con el cuento, tal los prejuiciosos,
en la tercera década del telescopio sideral.

Camino por el mundo escapando y entre juicios,
cansado… muy cansado de caminar…
después de haber nacido, como me dijeron, "elegido",
en la vendimia que sin mí, puede dar vino,
lejos de Belén, en Argentina,
guiado por Voltaire, mi padre y su medicina.

Adán me transmitió su "pecado original"
Moisés "el suyo" y mi madre los dos.
Con ellos camino por el mundo con los cargos,
miro a mi vecino, "al no elegido",
miro al río de Heráclito, por el que no volveré a pasar,
miro a un hijo que no será, por su bien...

Miro al universo y a su poca memoria,
planetas secos, agujeros negros y novas
miro a mi madre que ya no está,
miro a las cenizas de los "Actos de fe",
a las cenizas de Kishinev,
a las de Auschwitz calientes, y a las que seré…

Miro a los contratos de matrimonio, a los de divorcio,
a los nuevos crímenes y amenazas, ahora a cristianos,
y a mis manos con sus años acariciando sueños:
el pan caliente, yo caliente, el sol caliente,
Hiroshima caliente, mis letras calientes,
caliente el horno, el odio y la pendiente.

Ernesto Kahan © Febrero 12, 2011



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Bien, la verdad es que no sé por dónde empezar. Como te comenté, el poema es fortísimo y me hizo –y hace- llorar. He dejado que pasaran los días para que, como el buen vino, se añejara en la barrica y poderlo leer con más calma y la mente más fría, si es que lo consigo.
* El comienzo es duro, muy duro:

A Jesús lo maté el dos de diciembre del 40,
así me dijeron, por haber nacido,
así ocurre cada vez que nace un judío,
con cuernos y bebiendo la sangre de un niño,

Aún hay demasiadas personas que opinan así. Que no perdonan porque, en realidad, no aman. Ni saben lo que es el amor: no lo conocieron ni lo conocen, son máquinas, en ocasiones, de matar; simples robots que actúan según se les ordena, sin cuestionarse si está bien o mal porque no piensan.

* Aquí leo, entre líneas, tu alma desnuda. Tus sentimientos (que también aparecen en las cuatro estrofas anteriores que parecen más universales, más dirigidas a todo el pueblo judío), están en estas otras seis estrofas en las que ya se habla de un cansancio personal, de alguien que, heredero del “pueblo elegido”, nació lejos de él. Lejos de un lugar que ni le echa de menos porque todavía no le conoce y, para finalizar, tu vida encauzada hacia la práctica de la medicina.

Camino por el mundo escapando y entre juicios,
cansado… muy cansado de caminar…
después de haber nacido, como me dijeron, "elegido",
en la vendimia que sin mí, puede dar vino,
lejos de Belén, en Argentina,
guiado por Voltaire, mi padre y su medicina.

* Las cargas que abruman, que pesan como una losa bajo la que es preciso caminar y tratar de vivir. Una herencia que viene desde el comienzo de los tiempos hasta los actuales. Un pecado que, a través de la mujer, siempre vituperada y desacreditada en el mundo antiguo (y actual) llega a través de la madre porque, suele ser, a través de la madre, el vehículo con el que nuestras conciencias se abren al mundo. En ocasiones, en este caso en particular, un mundo de dolor, de tanto dolor, que es preferible renunciar a un hijo propio para no tener que transmitírselo.
Y ese río de Heráclito que puede ser de lágrimas, pero que como tal fluye, cambia, nada es estático ni permanece igual por siempre.

Adán me transmitió su "pecado original"
Moisés "el suyo" y mi madre los dos.
Con ellos camino por el mundo con los cargos,
miro a mi vecino, "al no elegido",
miro al río de Heráclito, por el que no volveré a pasar,
miro a un hijo que no será, por su bien...

* El universo, ese conglomerado de vida latente, desconocido… Y la poca memoria que guardamos de todo lo anterior, de siglos de historia que deberían de habernos enseñado a vivir y convivir con nuestros semejantes.
El mundo, quizá esos planetas secos, agujeros negros y novas sean metáforas o, simplemente, algo que el corazón te hizo escribir como tal, pero que en el fondo y sin quererlo te lleva de la mano a criticar las revueltas tan grandes y graves que hay en todos sus rincones, y ver que muchas de ellas, en el fondo y en la forma, aún se mueven por motivos religiosos, los más irreligiosos del mundo, y que sólo sirven para que los señores de la guerra se enriquezcan. El hombre, medianamente inteligente, debería pararse a pensar, a observar al que llama su enemigo, a aquel a quien le han hecho creer que es diferente por rezar a otra entidad sobrenatural que no es la suya y, después de esta observación, tendría que ver que es como él: suda, sufre, sangra, se angustia, llora, muere… ¡Todos padecemos igual! ¡Y todos tenemos a nuestras espaldas una familia -padres, esposos, hijos, hermanos- que padecerá por nosotros, por nuestras heridas, por nuestras mutilaciones, por nuestra muerte!
Y la madre muerta, quizá símbolo del amor, de la paciencia, de la ternura, del sufrimiento… Siempre en la mente, en el corazón.
Y al final todo se convierte en cenizas, cenizas de los autos de fe, del Holocausto, de las cenizas que, antes o después seremos.

Miro al universo y a su poca memoria,
planetas secos, agujeros negros y novas
miro a mi madre que ya no está,
miro a las cenizas de los "Actos de fe",
a las cenizas de Kishinev,
a las de Auschwitz calientes, y a las que seré…

* Para finalizar: pones el dedo en la llaga de la falta de amor (Miro a los contratos de matrimonio, a los de divorcio,), porque el amor ya no es un sentimiento puro y limpio, sino un contrato que se firma entre dos personas y, si lo estipulado no se cumple, se rompe el contrato (divorcio) y como si no hubiera pasado nada.
Ahora denuncias los nuevos crímenes contra los cristianos…
Luego, miras tus manos que te traen a la memoria ensoñaciones, quizás de cuando eras un niño feliz (el pan caliente, yo caliente, el sol caliente,) y otras, que sería mejor olvidar.

Miro a los contratos de matrimonio, a los de divorcio,
a los nuevos crímenes y amenazas, ahora a cristianos,
y a mis manos con sus años acariciando sueños:
el pan caliente, yo caliente, el sol caliente,
Hiroshima caliente, mis letras calientes,
caliente el horno, el odio y la pendiente.

Todo, todo el poema es un lamento. Es una llaga abierta en el costado, en tu costado.
Tras la lectura surge una pregunta: ¿hay un dios como tal?, es decir, uno con nombre y apellidos. ¿Por qué ha de ser el mío el verdadero, o el tuyo, o el suyo? ¿Tan sólo por haber nacido en un lugar u otro del planeta? Si se nace en la selva, en el seno de una tribu (de las pocas tribus aborígenes que aún quedan en nuestro maltratado mundo) tal vez adoren a la madre tierra, que es la que les alimenta, o al árbol más antiguo de la aldea; si en la India, en la India más pura, quizá sus dioses son Brahma, Visnú o Ganesh; si en Palestina su nombre es Allah, si en Israel Yaveh... ¿Quién tiene razón? ¿No será que nos hemos creado un dios a nuestra imagen y semejanza, y no al contrario, y cada uno adoramos al que, por cultura y lugar de nacimiento, nos viene impuesto? ¿Acaso no vivimos una especie de politeísmo cuando cada católico reza a un Cristo o a una Virgen con nombre diferente a la de su compadre del pueblo de al lado? ¿O su devoción se dirige hacia un santo en concreto? ¿Por qué, creyendo en Cristo, hay tantas divisiones entre iglesias?
El ser cristiano a golpe de falcata, espada, florete, trabuco o mosquetón, o porque te salgas un poco del orden pre-establecido puedo quemarte, torturarte, difamarte, ese no es el espíritu. O, alguien dice “Guerra santa contra el infiel porque no piensa como yo”. Estamos en el siglo XXI pero el hombre ha variado poco. Avanzó y avanza, tecnológicamente hablando, a pasos agigantados, pero sus atavismos siguen con él con muy escasas variaciones.
No sé quién tenga razón. Lo que es indudable es que, los que empuñan la espada y lo hacen en nombre de cualquier dios, sea el que sea, han perdido su credibilidad. A lo largo de la historia hubo hombres y mujeres buenos (Buda, Jesucristo, muchos hombres santos de cualquier condición, Irena Sendler, la madre Teresa de Calcuta, por citar a unas figuras contemporáneas) dignos de ser seguidos e imitados. Ellos sí que siguen al dios verdadero, uno al que deberíamos llamar, de manera universal, AMOR, porque amor es hermandad, respeto, igualdad, PAZ, porque donde hay amor no cabe la maldad, no es preciso perdonar a nadie porque no hay nada que perdonar al existir la armonía entre los diferentes –diferentes en cuanto a raza, ideología, religión, físico…-.
El señor de los infiernos se podría llamar ODIO. Con él vienen de la mano la envidia, los celos, la codicia, la MALDAD en general, la tortura, la guerra, el dolor…
Quizá con este final me he apartado un poco del tema que me ha traído hasta aquí, ese “Así me dijeron por haber nacido” y del que vuelvo a decirte: el poema es muy bueno y, de tan bueno, fortísimo, pero a veces es la única forma de reavivar las conciencias dormidas o usurpadas del ser humano que se tenga por tal.


© Comentario a cargo de Juana Castillo Escobar. Madrid (España)
Madrid, 18 de febrero de 2011
http://revistaliterariaplumaytintero.blogspot.com/2010/08/castillo-escobar-juana-madrid-espana.htmltml


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