martes, 18 de septiembre de 2007

El martes un cuento

Aspectos de la vida cotidiana en la Edad Media
Taccuino Sanitatis

El derecho de pernada


DULCE III

LA HISTORIA DE SANCHA
Juana Castillo Escobar

- Quiero que mi vida sea de esas que se inmortalizan en un libro.
- Madre –interrumpió Nuño entre bostezos-, ¿por qué queréis que se conozca esa historia que decís nos dolerá como aceros?
- Porque es de las que escriben los monjes en los monasterios. Lo quiero para que sirva de ejemplo. Lo quiero para que ninguna otra mujer sufra lo que sufrí yo… Lo que sufrimos vuestro padre y yo.
Los tres muchachos volvieron la vista hacia su padre que, muy erguido sobre el taburete, trataba de serenarse.
- Sí, fue una época dura y yo un cobarde… Un indeciso… Un cabestro…
- No te tortures, Bermudo, aquello pasó. Déjame que les cuente.
Bermudo movió la cabeza en señal de asentimiento, miró a los niños y cedió la palabra a Sancha que dio comienzo a su relato:
- Debéis saber, primero de todo, que tanto vuestro padre como yo no nacimos en esta casucha. Somos, fuimos vecinos del burgo de don Sancho Garcés, cercano a la ciudad de Zamora. Nacimos como ciudadanos libres. Nuestros padres, Garci y Nuño de Toro, eran hermanos. Apalabraron nuestro casamiento nada más nacer vuestro padre. A los cinco años llegué yo…
- Madre –inquirió Diego con su media lengua-, ¿y si no naces?
- Pues vuestro abuelo Nuño, mi padre, le habría devuelto la palabra a Garci y él tendría que buscar otra novia a vuestro padre dentro de la familia.
- Entonces yo no hubiera nacido…
- Deja de molestar, cabezón –cortó Ramiro- queremos oír la historia antes de irnos a dormir.
- Eso –aplaudió Nuño- cállate, cuanto más tarde madre, más tarde cenaremos y yo tengo el estómago encogido de hambre.
- No os peleéis –pidió Sancha con voz cansada-. Podéis llenar la escudilla con la sopa que hice de verduras y unos restos de carne. La dejé al fuego esta mañana. Comed mientras os cuento…
Bermudo se levantó. De un vasar tomó la escudilla de barro, la llenó casi hasta rebosar, repartió tres cucharas de madera a los niños y un mendrugo de pan de harina de haba para que cenasen. Él prefirió aguardar. Los muchachos se sentaron en torno al plato y empezaron a dar buena cuenta de él al tiempo que su madre proseguía con la narración:
- Si yo no hubiese nacido ninguno de vosotros estaríais aquí, es cierto, pero la historia hubiera sido la misma… Sí, la historia es la misma, sólo variamos los actores. Sois nietos de reputados artesanos. Mi padre es herrero. Vuestro tío y también abuelo, Garci, trabaja el cuero y la madera. Son respetados por el resto de los ciudadanos y sus trabajos de los más prestigiosos a muchas leguas a la redonda, al menos lo eran. Bien, a lo que interesa. Cuando cumplí quince años, de esto ya hace nueve, se celebraron nuestros esponsales…
Bermudo, que escuchaba a su mujer con la cabeza gacha, la alzó para añadir con voz entrecortada por la emoción y los ojos brillantes:
- Era la novia más hermosa de cuantas vi hasta aquel momento. Con la melena ondulada cayéndole hasta más abajo de la cintura, la frente coronada con una guirnalda tejida con flores y espigas, un traje de damasco que vuestro abuelo Nuño compró a un comerciante de Al Andalus, traído de Oriente… Yo ya la amaba, pero en aquel instante la quise aún más…
- No sé si sería o no hermosa…
- Madre, lo eres –exclamaron los tres niños casi al unísono-. Muy hermosa –apostilló el pequeño.
- El caso es que, acabado el rito, en medio del banquete de bodas, llegó hasta la casa don Sancho Garcés acompañado del alguacil Flain y una docena de hombres armados. Descabalgaron de sus monturas y se esparcieron por el patio. Don Sancho estaba ya algo bebido, llegaba de cazar algunos venados, o corzos, ni lo recuerdo… El caso es que pidió vino para todos, que se asaran más corderos, y empezaron a beber y a comer sin freno. Sus canciones obscenas acallaron la música de arpas, salterios y zanfoñas que los juglares portugueses, contratados por nuestros padres, tañían para acompañar sus cánticos. De pronto me vi arrastrada por don Sancho hasta el centro del patio, dancemos, gritaba desaforado, dancemos, es tu momento… Y no me quedó más remedio que bailar con él. Cuando me quise dar cuenta me llevaba sobre su hombro, corrió hasta la casa y me subió al dormitorio principal, el que mi madre y las mujeres de la familia habilitaron para nuestra primera noche…
- Y yo no fui capaz de hacer nada –prosiguió Bermudo al ver que Sancha se ahogaba-. Como un pelele vi caer, desde la ventana hasta mis pies, la corona de flores ya marchitas. Escuché desde el patio cómo le rompía las vestiduras, los gritos desgarradores de vuestra madre, su voz pidiendo auxilio, las risotadas del señor, sus frases obscenas que se escaparon a través de las ventanas del dormitorio, el coro formado abajo por sus hombres que trataban de alcanzar a algunas de las invitadas para desfogarse también ellos… En torno a mí, mareándome, me llevaban de un lado a otro las carreras de las sirvientas que huían de aquellas bestias desaforadas, ellas fueron también quienes se llevaron la peor parte… Todos los invitados callaron. Todos se fueron. Incluso yo me fui. Tomé del suelo la corona de flores y corrí, corrí, corrí hasta caer reventado a cientos de leguas de la casa. Anduve perdido durante meses. Regresé a su lado cuando hasta mis oídos llegó el rumor de que la exiliaban de la ciudad porque se encaró con don Sancho Garcés, nuestro amo. Me comporté como un villano. No sé cómo vuestra madre pudo perdonarme…
- Te perdoné porque te amaba, y te amo, porque tú sólo no hubieras podido hacer nada sino morir. En cuanto a mí la vejación sufrida me hizo fuerte –prosiguió Sancha-, pedí a mi padre que buscara un notario que diera fe de que mi esposo huyó el mismo día de nuestro enlace, que yo jamás yací con él…, algunos de los invitados y familiares me apoyaron con su firma A los pocos meses supe que estaba embarazada. Cuando di a luz fui al castillo de don Sancho y le presenté al recién nacido, su hijo. Esto le encolerizó y es por lo que fui exiliada del burgo. Dijo que, si tuviera que reconocer a todos los bastardos habidos en sus escarceos amorosos, le sería imposible darlos de comer. Me dijo que, o me exiliaba, o acabaría de meretriz para dar placer a la tropa. Huí del castillo… Entonces regresó vuestro padre, se hizo cargo de nosotros y juntos construimos este chozo y nos convertimos en siervos de la gleba. Pensamos llegar hasta la Extremadura, incluso más al sur, hasta Al Andalus, pero Flain nos persiguió como un perro acorralándonos como acorrala las piezas de caza. Dijo que estábamos exiliados pero que no por ello debíamos abandonar las tierras de don Sancho, nuestro único amo y señor. Que trabajaríamos para él estas cuatro tierras que nos cedió y de las que tenemos que entregar casi todo el fruto que nos proporcionan.
- ¿Ese niño…? –Preguntó Ramiro, el hijo mayor, con voz temblorosa-. ¿Qué fue de ese niño?
- Ese niño eres tú, hijo –le respondió Bermudo con orgullo en la voz mientras le oprimió con cariño el hombro.
- Lo mataré. Vengaré esta felonía… -gritó el muchacho puesto en pie de un salto. Sus hermanos menores lo miraban con asombro, sin entender muy bien todo lo que estaba ocurriendo.
- No, hijo, no vengarás nada –pidió Sancha con decisión-, al menos por ahora. Ya os dije que esta historia iba a doler, pero era preciso que supierais lo sucedido. ¿Entendéis por qué deseo que Justa viva? Ella, la pobre, no es agraciada. Tal vez se case en algún momento de su vida, tal vez jamás llegue a desposarse pero, si Dulce crece tan hermosa como promete, es seguro que alguien deseará hacerla su mujer. Si Flain aún vive para entonces puede pensar que se trata del desposorio de Justa y, como es fea y deforme, a nadie le interesará ser el primer hombre que yazga con ella. Nadie molestará en la boda de Dulce, ya que nadie sabe de su nacimiento, ni lo sabrán porque vosotros vais a guardarlas como si fueran joyas de inmenso valor. Vuestras hermanas podrán comenzar una vida sin sobresaltos. Además, nunca se sabe qué nos puede deparar el porvenir, y a ti, Ramiro, es seguro que en algún momento vendrán a buscarte para que entres a las órdenes de don Sancho y con esto quiero decirte que no sabes qué te espera. No lo sabemos, pero estando tú a sus órdenes nuestra vida puede ser que varíe, mucho.


Martes, 18 de Sepbre. De 2007 – 19,58 p.m. Continuará...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado, no puedo comentar mucho, porque se me cierra el ordenador, pro te vi y me vine corriendo, seguiremos esperando. Besitos.

Pugliesino dijo...

Lo que no varía es tu calidad al escribir Juana. Que viaje mas maravilloso nos haces recorrer en tus palabras a través del tiempo!
Tierras de vasallaje, de caballeros, villanos y doncellas en pleno s.XXI traidos acá mediante la magia de tu narración.
Lo que no varía es tu calidad y
tambien mi torpeza a la hora de visitarte, porque no vale la intención sino el acto de presencia, aunque procuraré enmendaya y de intenciones hacer realidades.
Pero leer leote tus correos, más ponerme y comentartelos es otro cantar que a fe mia terminaré derrotando esta falta mia, te lo aseguro.
Un lujo leerte Juana y tenerte en Cuentacuentos!
Un abrazo!

Anónimo dijo...

Yo tambien estoy espectante, Juani.
Me está gustando mucho la historia y la forma en que nos la vas mostrando, desgranándola a pequeñas dosis.
Hasta ahora no habia podido subir comentario, Creo que era problema mio.

Un besito

Presentación virtual de mi último libro: "Palabras de tinta y Alma"